Sentir emoción es tan humano como pensar

Cada vez que atestiguamos las acciones de terceras personas, solemos tomar una postura determinada partiendo de nuestra propia experiencia y perspectiva. La interpretación que damos a las decisiones o el esfuerzo de los otros, también lo hacemos desde nuestra propia subjetividad.

Las emociones son experiencias subjetivas que solo la persona que las vive tiene una percepción de qué o cómo las experimenta.


Todas las valoraciones sobre el resultado que otros pueden obtener pasan por el tamiz de la referencia de nuestras emociones. Esto lo vemos claramente en situaciones como las competencias, ya sean deportivas, de esparcimiento o hasta en las contiendas políticas. Dependiendo qué tan cercano se encuentre de nosotros el evento que atestiguamos podemos experimentar la alegría, el goce, el esfuerzo, la tensión, el estrés o incluso hasta el dolor del otro, pudiendo ser tan intenso como si lo experimentamos de primera mano. En este sentido el presenciar muchas de las vivencias ajenas, desencadenan un sin número de emociones propias que, en la mayoría de los casos, marcará el filtro con el que interpretaremos la vida y nuestras experiencias futuras. Este universo de respuestas es subjetivo ya que son netamente personales dependiendo del marco de referencia de quien lo percibe. De esta forma es como nos podemos identificar con un equipo deportivo o contrincante determinado, o sentir aversión contra otros.

Las emociones que experimentamos ante las experiencias ajenas, es lo que los científicos han denominado la empatía. La capacidad de experimentar de alguna forma lo que el otro podría estar viviendo. Todas las emociones son experiencias subjetivas que solo la persona que las vive tiene una percepción de qué o cómo las experimenta. De ahí que es imposible saber en “realidad” que está viviendo la otra persona, en ese sentido la empatía nos permite, por similitud, saber qué pasa con el otro. Es decir, al saber cómo reaccionaremos nosotros, qué sentiríamos, es que podemos suponer lo que otro puede sentir. Un ejemplo en este sentido es el dolor, es imposible saber cómo percibe el dolor otra persona, pero creemos que lo percibe como nosotros lo percibimos y advertimos que puede desencadenar en el otro las mismas emociones y sensaciones que en nuestro cuerpo.

Los expertos en la percepción del dolor han determinado que dependiendo del estado de ánimo que podamos crear, puede influir en la percepción del dolor. Estados de ánimo como el goce, la euforia, la alegría, puede provocar que experiencias dolorosas sean percibidas menos negativamente o hasta percibirlo con menor intensidad. Estos experimentos no corresponden a una simple percepción psicológica de cada individuo, tienen una base cerebral muy importante. La corteza cerebral del cíngulo, la corteza frontal y estructuras como la amígdala cerebral, son las áreas encargadas de regular cómo percibiremos una experiencia ajena influida por las emociones. En este sentido se pueden provocar reacciones en nuestro cuerpo tales como la sudoración, aumento de nuestra frecuencia cardiaca y respiratoria, experimentando también cambios discretos y momentáneos en la presión arterial.

Indudablemente este tipo de respuestas no son iguales para todas las personas, los grados de empatía también varían entre la gente. Existen personas con alto nivel de empatía, es decir con una gran sensibilidad para poder experimentar la vivencia del otro, y personas en las que el reconocimiento de emociones de los otros no les resulta significativa. En términos generales en individuos sanos, la empatía es un componente importante de nuestra función social. Individuos con ciertos trastornos mentales presentan una reducción o limitación de esta capacidad, provocando con esto limitaciones en su interacción e integración con las personas de su medio.

Las investigaciones científicas más recientes en este tema han mostrado que las emociones positivas son altamente importantes para la interacción social. Es verdad que se puede provocar una respuesta generalizada con una intención particular, así es como podemos ver la emoción de gran número de personas en justas deportivas, conflictos sociales, expresiones de arte, o incluso en ámbitos más comunes como la cultura popular y sus distintas manifestaciones. Sin embargo, más allá de la acusación de provocar manipulación de la respuesta de masas, lo que estamos presenciando es la clara respuesta de lo que nos hace humanos. Es imposible que no reaccionemos ante las experiencias ajenas, a menos que alguien se vea afectado por un trastorno mental. Es imposible ser ajeno a experiencias de otros y también es imposible no experimentarlas en nosotros mismos. Nuestro cerebro, cuerpo y mente, están diseñados para experimentar emociones, sin embargo, otra de nuestras grandes funciones como humanos es la de ejercer un juicio hacia una emoción. En ese sentido, siempre tendremos una emoción que deberemos valorar en función de un beneficio o perjuicio. En situaciones de justas deportivas, contiendas políticas, expresiones populares o artísticas o de cualquier expresión humana colectiva, al momento de experimentar las emociones es nuestra responsabilidad enmarcarlas en un juicio constructivo y benéfico. Sentir es tan humano como pensar.


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