La pandemia del COVID19 ha dejado una estela de la que nadie ha escapado. La vida se llenó de incertidumbre, dudas y momentos incómodos. Sí, no podemos estar cómodos ante el sufrimiento de muchos y la desgracia de tantos. No podemos seguir con una vida convencional, aunque lo convencional ahora es sentir que no pasa nada, pensar que todo terminará, abrumarse porque no hay escapatoria o vivir dando gracias por avanzar cada amanecer. La vida sigue adelante con sus piruetas y serpenteos sin presagiar qué dirección tomará.

La desgracia siempre nos pasa de lejos, aunque la tengamos a un lado. Los nubarrones van en otra dirección, aunque nos alcance la tormenta. Nuestro poder de negación es infinito a pesar de lo inclemente que sea la realidad. ¡No soy un número más!, exclamamos con sed de identidad, pero repetimos patrones faltos de distinción. Siempre anteponemos nuestras necesidades gritando: ¡Estoy aburrido!, ¡tengo hambre!, ¡ya no aguanto!, al final somos humanos, y esa es nuestra esencia. Sin embargo, no es una condena de vida, es simplemente algo que debemos de controlar.
La pandemia del COVID19 nos ha sorprendido de múltiples maneras, pero lo más asombroso es que ha mostrado nuestra fragilidad ante el peligro, y no es una vulnerabilidad biológica, es la gran debilidad para comprender qué es bueno para mí, qué es bueno para nuestros prójimos, qué es bueno para todos. Una pandemia no es asunto de unos cuantos, se trata de todos, empero nuestra naturaleza nos supera y por desgracia la razón se esconde muy en el fondo de nuestra piel.
Respetar a nuestros semejantes no es un principio religioso, es un principio de convivencia, sin embargo, por desgracia siempre impera: el ¡Sálvese quien pueda! La cultura del respeto debe de iniciar recordándonos que de vez en vez el prójimo somos nosotros o nuestros cercanos. En una pandemia nadie está a salvo, siempre habrá muertes y desgracias que nos pueden cruzar de lejos, pero tarde que temprano nos llegará.
Los nuevos retos no implican la búsqueda de soluciones por unos cuantos, no implica que esperemos pasivos, demandantes y frustrados. Los nuevos retos exigen solidaridad, empatía, amor, nos demandan algo más allá de simplemente llorar. Vivir negando la desgracia, aprovechando el momento a costa de los demás, no resuelve nada, simplemente nos hunde cada vez más en nuestra naturaleza y nuestra desgracia.
En la pandemia del COVID19 nadie nos puede garantizar seguridad, solo yo mismo puedo tener la garantía de actuar con respeto y cuidado. Nadie puede garantizarme no ser un número más si no me esfuerzo por dar un sentido colectivo a mi actuar. En estos momentos solo la prudencia, la razón y el bien común puede darnos garantías. Aun falta mucho por transitar y si no entendemos que la ayuda mutua es el único pilar que nos sostiene, seguramente veremos derrumbar mucho de lo que somos, de lo que amamos y nos convertiremos invariablemente en un número más.
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