Durante la pandemia de COVID19 se han puesto a prueba muchos aspectos de la vida humana: hemos visto el grado de eficiencia de nuestra organización social, hemos dado muestra de nuestra empatía y solidaridad, hemos dejado al descubierto de qué podemos ser capaces como individuos y como grupo.

Hemos visto caer ídolos, nos hemos decepcionado de líderes aparentes, hemos reconocido a los viejos y nuevos oportunistas, pero también, hemos notado el surgimiento de héroes anónimos, los solidarios, los cooperadores, los invencibles. Ha surgido en lo público y lo privado, la vieja esencia humana de cuya historia tenemos larga remembranza, pero son los momentos críticos los que nos refrescan la memoria. La conducta humana no ha variado mucho en momentos de crisis, sin embargo, es hasta hace poco que los expertos han puesto atención en el tema y han descrito nuestra pauta de conducta.
Al enfrentar situaciones de incertidumbre donde no somos capaces de anticipar lo que pasará, suele invadirnos el miedo provocando una excesiva atención ante las amenazas. Es así como vivimos el inicio de la pandemia en China y las primeras noticias que iban brotando a cada instante, no obstante, con el tiempo el tema empieza a parecernos familiar, ya no es tan amenazante como al inicio e inclusive puede ser que ya lo percibamos sin peligro. El desarrollar una sensación de familiaridad ante la amenaza del COVID19, provoca que nuestro estado de alerta disminuya con la consecuente pérdida de cuidado. Esta etapa es particularmente delicada debido a que puede provocar que ya no se realice el lavado frecuente de manos, se olvide mantener la sana distancia o no se tomen las medidas generales de prevención. Las estrategias que se han implantado ante la pandemia han ayudado a frenar la velocidad de transmisión de la infección, sin embargo, ante un brote como éste en el que las medidas se extienden por meses, se corre el riesgo del cansancio y el hartazgo de la población con el consecuente peligro de una nueva oleada de contagios.
Otro aspecto notorio de nuestra conducta es la consideración pública que se ha hecho de un grupo de personas que se les han considerado como “peligrosas”, es decir se les ha estigmatizado ya sea por haber enfermado o por encontrarse muy cercanos a los infectados como es el caso del personal de salud, empero, hay que destacar que este tipo de infecciones puede atacar tanto a unos como a otros sin distinción alguna. Hemos visto enfermar, y en algunos casos hasta morir, tanto a ricos como a pobres, jóvenes y viejos, famosos y anónimos. Combatir el estigma es una labor conjunta donde debemos ser solidarios y conscientes que nuestra salud aun se encuentra en riesgo.
Por otro lado, prestar demasiada atención ante la amenaza de enfermar puede ser un asunto peligroso por el grado de estrés y ansiedad que genera, lo que a su vez también causa un estado de distracción sobre otros temas de importancia personal. En otras palabras, vivir con toda la atención en la pandemia, puede provocar que nos aparte de nuestras obligaciones personales, de nuestro cuidado, o desatender a quien se encuentre bajo nuestra atención. El ejemplo más simple es descuidar nuestra dieta, actividad física, ciclo de sueño, la toma de medicamentos o los cuidados de terceros.
También se ha documentado ampliamente que ante estas situaciones y en particular en el caso de la pandemia por COVID19, se produce una gran afectación de nuestra salud mental. El miedo, el estrés, la ansiedad y la tristeza son las reacciones frecuentes y esperables, pero ¿qué ocurre con la población que previo a la pandemia ya cursaba con algún tipo de problema psicoemocional? Indudablemente en estos momentos de confinamiento, cualquier enfermedad mental previa puede verse agravada y merecer un mayor cuidado y supervisión por parte de un profesional de la salud mental. No debemos olvidar que nuestra sociedad está compuesta por una población muy diversa que antes de la pandemia ya vivía con miles de preocupaciones y problemas que no se detienen por una cuarentena.
Un aspecto que debemos de considerar muy detenidamente es la vida que llevaremos después. Desde estos meses transcurridos, nada ha sido igual y esto implica que cambiamos parte de nuestras costumbres, rutinas o gustos. Esta afirmación es una causa natural de miedo, ya que todos tenemos una resistencia al cambio, y es aun más fuerte cuando considerábamos que nuestra vida era lo más adecuado para nosotros. Resistirnos a los cambios adaptativos y estratégicos que vendrán después del COVID19 podrían poner en riesgo la salud de todos y provocar con ello una nueva oleada de infecciones. Es importante entender que un cambio no siempre representa algo negativo, ya que pueden aparecer nuevas oportunidades que podríamos estar desperdiciando por simple negación.
La pandemia nos ha mantenido separados, en confinamiento, alejados unos de otros; ha roto la inercia con la que vivíamos día a día. Nos sentimos tristes y molestos por no realizar rutinas que hemos repetido uno y otro año. La pandemia nos obliga a pensar en los otros, a actuar por mi salud y la de los demás. En el siglo XXI donde impera el individualismo, el pragmatismo y la obtención del poder, llega el COVID19 a golpear estructuras que creíamos sólidas, derriba ideas que parecían absolutas y nos coloca en el mismo rasero de siempre, todos somos humanos, todos somos iguales. La pandemia nos puso de frente ante lo que se considera un “romanticismo utópico” como la filosofía Ubuntu donde lo principal es la lealtad con las personas, o la ley moral que actúa sobre todas las personas, sin importar sus intereses o deseos. ¿Será que en alguna medida la pandemia convierta en realidad estos postulados? ¿O seguiremos riendo de la “ridiculez” de todo lo que no es dinero y poder? El COVID19 es una catástrofe, pero también un punto de arranque ante lo que podría ser una nueva humanidad.
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