La toma de decisiones es una de las funciones más importantes de muchos seres vivos y por supuesto de los humanos. De la toma de una decisión puede llegar a depender nuestra supervivencia o muerte. Desde el punto de vista funcional, el cerebro es el encargado de controlar la toma de decisiones. Existen diferentes regiones cerebrales en donde se han identificado esta función, sin embargo, la más importante es la corteza cerebral prefrontal (dorsolateral). No obstante, hoy día aún no se conoce con exactitud cómo deben de funcionar las neuronas de dicha región para llevar a cabo una toma de decisiones.
Independiente de la función que realizan las neuronas, se ha establecido que la respuesta está basada principalmente en la ponderación del “Costo-Beneficio”. A pesar de que no nos encontremos plenamente conscientes de esta valoración, siempre tendemos a realizarla. La respuesta simplemente se basa en dos opciones: qué ganamos, qué perdemos, así de simple. Indudablemente, esta estimación de ganancia o pérdida se basa directamente en la experiencia de cada persona. De ahí que, dependiendo de todo un universo de factores, una persona puede tomar una decisión independientemente de que ante los ojos de los demás, ésta sea adecuada o no. Cuando la experiencia y el conocimiento es limitado y no hay información suficiente para una toma de decisiones, el sujeto puede entrar en crisis y generar gran cantidad de estrés o de ansiedad. Aquí entran en juego las emociones, lo que hace que nuestro cuerpo reaccione generando señales importantes. Si tenemos una idea anticipatoria de que una de las opciones es mala, podemos sentir un aumento de los latidos de nuestro corazón e inclusive generar una sudoración importante.
No todas las decisiones van acompañadas de respuestas marcadas de nuestro cuerpo, pero generalmente sí las “más importantes”, ya que en ellas la pérdida o ganancia puede representar algo muy significativo. Sin embargo, ¿cuántas veces hemos tomado una decisión a pesar de que nuestro cuerpo nos alerta de su riesgo? En esas ocasiones solemos decir: ¡me quiero arriesgar! Pero no todo es costo-beneficio o correr riesgos, hay muchas circunstancias en las que simplemente no es posible tomar una decisión, es en esos casos en los que se recurre a la colectividad, bajo la premisa de que “muchos no pueden estar equivocados”. Ante situaciones en las que no se puede ponderar la ganancia o pérdida, se delega la propia valoración individual sobre el interés de un grupo, esta respuesta reduce importantemente el estrés y da seguridad. Aquí surge la pregunta ¿Una colectividad puede equivocarse?
Los expertos en el tema han establecido que el pensamiento colectivo y el trabajo en equipo representan una de las estrategias más efectivas para enfrentar cualquier reto. Si es necesario tomar una decisión de alta complejidad y se realiza un análisis mediante un trabajo en colaboración se podrán obtener resultados de alta calidad gracias al pensamiento conjunto. Personas con diferentes experiencias de vida, con distintos tipos de conocimiento, aplicado todo a un problema particular, pueden ponderar las ventajas y desventajas de una decisión. Esta forma de trabajo ha permitido a crear una visión mucho más amplia y complementaria contrastado con lo que podrá generar una sola persona aislada.
El pensamiento colaborativo es una estrategia educativa que ha despertado gran interés a nivel mundial con el objetivo de mejorar el trabajo en equipo, mejorar la comunicación y romper las barreras de un tipo de pensamiento predominante. Sin embargo, el análisis colaborativo no es igual al pensamiento normado, es decir, el pensamiento que prevalece en la mayoría de una población y donde no importa la certeza o no de dicho pensamiento, ni el grado de información con el que se cuente en el grupo.
En conclusión, una decisión basada en un criterio generalizado sin análisis, en una creencia altamente distribuida, no garantiza la efectividad del resultado esperado. La toma de decisiones requiere de un elemento fundamental que es la información, así como en compartir la idea. Los neurocientíficos hablan de la “inteligencia colectiva” que es el producto de muchos cerebros y mentes trabajando en problemas particulares. Las sociedades son por naturaleza entes inteligentes si sus decisiones dependen del pensamiento y del análisis, mas no de las creencias y las emociones. Seamos una sociedad inteligente, donde el intercambio de ideas y conocimiento sea nuestra norma.
Puedes realizar una donación a este blog aquí…
¡Gracias!






- Entrevista: Los efectos psicológicos de ver futbol - 24 de enero de 2023
- Entrevista: ¿Cuántas horas sin dormir pueden causar la muerte? - 3 de diciembre de 2022
- Reportaje: Dentro y fuera de la cancha el fútbol tiene beneficios - 29 de noviembre de 2022